jueves, 30 de diciembre de 2010

La vocación en el Antiguo Testamento

a) Vocacion del pueblo de Israel: Las vocaciones particulares del A.T han de ser vistas y entendidas a la luz de la vocación del pueblo de Israel. La llamada de Dios fue a todo Israel como pueblo, como comunidad. Las vocaciones de las personas concretas tienen sentido dentro de esta común vocación del pueblo. Elemento fundamental de la mision de toda vocacion es ayudar al pueblo a vivir la fidelidad a la vocación divina. Algunas caracteristicas propias que explican y dan sentido a la vocación de Israel como pueblo son:
1) Vocacion como don de Dios:
- Llamada gratuita de Dios: Ex 19, 5-6; Dt 7, 7-8
- Consagracion de Dios: Dt 7, 6-7; Dt 7, 13-14; Ex 16, 6; Ex 24, 8

2) Mision de pueblo:
- Ser el pueblo de Dios Santo: Dt 7, 6; 14, 2
- Sacramento- signo de vocacion universal

3) Vocacion como respuesta del pueblo: Ex 19, 8; Ex 24, 3

4) Las vocaciones particulares: Las vocaciones personales surgen y tienen sentido dentro de la vocacion del pueblo. Ellas encarnan el anuncio y la denuncia de todo el pueblo. Su mision es un servicio y tarea del pueblo para que el sea a la su vez fiel a la mision del Señor. En las diferentes vocaciones particulares podemos encontrar los siguientes rasgos y caracteristicas que definen la vocacion biblia:

1) La vocacion como accion de Dios
- La iniciativa parte siempre de Dios: Gn 12, 7 (Dios se aparecio a Abraham); Is 6, 8 (percibi la voz de Dios que me decia)
- Un Dios movido por el amor de su pueblo: Jer 2, 1-9 (cuando Israel era niño lo amó); Jer 15, 16 (era tu Palabra para mi un gozo)
- Un Dios que habla en la historia concreta : Ex 2, 24 al 4-18 (no se entiede la vocacion de Moises fuera de la historia de opresion egipcia); Is 6, 1-13 (ni a Isaias fuera de la conrrupcion interna y de la amenaza externa que se cierne sobre él ); Am 7, 10-17 (Amos es llamado desde su concepción concreta de pastor y cultivador de higos)
- A traves de signos y mediaciones humanas: Jr 6, 17 (si he hallado gracia a tus ojos dame una señal de que eres tu el que me habla) Ex 2, 4 (Moises pide signos concretos de que el llamado por Dios)
- Dios da al llamado su Espiritu: 1 Sam 10, 6
- Se compromete a acompañar al elegido: Am 3, 3-8, Dt 3, 11
- En orden a servir a su pueblo: Is 6, 9; Jer 1, 7; Ez 3, 1

b) La vocación como respuesta del elegido:
- Actitud ante la llamada: Con frecuencia el elegido pone objeciones y dificultades a la llamada y mision encomendada: Jer 1, 6; Gn 12, 4
- Experiencia y vigencia profunda de Dios: Es la experiencia de su cercania que afecta profundamente a la persona y que la hace expresarse con diversas actitudes: Is 6, 5; Jos 5, 14; Ex 3, 6
- Que implica un cambio de vida: que hace a veces del elegido un segregado del pueblo y un extraño a los suyos: Is 8, 11; Jer 12, 6

(Discernimiento vocacional para la vida consagrada. P Evelio Ferreras OP)

Análisis biblico de la vocación: algunas citas vocacionales

A partir de algunos relatos de la Biblia destacaremos algunos elementos que aparecen en forma constante y que constituyen rasgos esenciales de la vocación.

Relatos de la vocación de "jefe"
Gn 12, 1-9 : Vocacon de Abraham
Ex 2, 24- 4, 18: Vocacion de Moises (yahvista y elohista)
Ex 6, 2-12; 7, 1-7: Vocacion de Moisés (sacerdotal)
Dt. 31, 14-15.23; Jos. 1, 1-18: Vocacion de Josué
Jc. 6, 11-24: Vocación de Gedeón

Relatos atípicos de vocación profética
1 Sam. 3, 1-4: Vocación de Samuel
1 Rey. 19, 1-12: Vocación de Elias
2 Rey. 2, 1-18: Vocación de Eliseo
Am. 7, 10-17; 9, 14: Vocación de Amós
Os. 1, 1-9; 3, 1-5: Vocación de Oseas

Relatos tìpicos de vocación
Is 6, 1-13: vocación de Isaias
Jer. 1, 1-19: Vocación de Jeremias
Ez. 1, 1-3.15: vocación de Ezequiel

Relatos poeticos de vocación profetica
Is 40, 1-11: vocacion del Deutero-isaias
Is 42, 1-7; 49, 1-9: vocacion del Siervo de Yahve
Is 61, 1-6: vocacion de trito-isaias

Relatos de la vocación en San Juan
1, 35-51: los primeros discipulos
5, 40-47: creer en El
13, 13: la humillación, como el maestro se ha humillado
7, 17-18: busca la Gloria y la voluntad del que envia
15, 14-17: dar frutos, amandonos los unos a los otros
13, 34-35: amaos los unos a los otros como yo los he amado
cap. 14, 15 y 16: ultimas recomendaciones a los elegidos

Relatos de la vocación en San Pablo
Hech. 9, 1-19: vocacion de Saulo
Hech. 22, 6-21: vocacion de Saulo
Hech. 26, 12-18: vocacion de Saulo
Hech. 16, 10: Pablo llamado a evangelizar
Hech 13, 12: vocacion de Bernabe y Saulo
Gal. 1, 15 ss: Pablo es llamado por al gracia de Dios

Discernimiento vocacional integral

Todo discernimiento debe analizar la sinceridad y verdad de la opcion religiosa y autenticidad de la misma.
La vocación religiosa y sacerdotal implica y supone la integración de estos tres elementos:
1) Teologico: don y llamado de Dios, Gracia interior;
2) Antropológica: Rectitud, idoneidad y madurez;
3) Eclesial: discernimiento y confirmación eclesial.
Pio XI en la enciclica Ad Catholici Sacerdocii insiste en el elemento de la rectitud de intencion como elemento esencial de la vocacion religiosa sacerdotal: "La vocación sacerdotal más que un sentimiento de corazón o una atracción sensible, que hasta puede faltar o desaparecer, se manifiesta en la recta intención, de quien aspira al sacerdocio, unido al concepto de dotes fisicas, intelectuales, morales, que le hacen ideoneo para tal estado"
Esta comprensión integral e integradora de los elementos divinos y humanos, teologicos o antropologicos se ha expresado en el magisterio conciliar y post-conciliar.

(Discernimiento vocacional para la vida consagrada. P. Evelio Jose Ferreras OP)

domingo, 1 de agosto de 2010

Cristo es todo para nosotros

Si deseas curar una herida, El es el medico
Si te abruma la culpa, El es el perdon
Si necesitas ayuda El es la fuerza
Si temes la muerte, El es la vida
Si deseas el cielo, El es el camino
Si huyes de las tinieblas, El es la luz

Ayuda

Si de veras quieres ayudarme:
No camines por mi, dejame caminar por mi camino;
No hables por mi, dejame hablar y escuchame;
No llores por mi, dejame llorar y acompañame;
No decidas por mi, dejame elegir y respeta mis decisiones;
No te arrojes al agua por mi, dejame aprender a nadar;
No me impongas tu experiencia, dejame hacer la mia;
no aciertas por mi, dejame aprender a equivocarme,
porque yo crezco mas con mis errores que con mis aciertos.

Rene Trossero "Siembra para ser tu mismo" Ed. Bonun

La historia del lapiz


El niño miraba al abuelo escribir una carta. En un momento le preguntó ¿Estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? Es una historia sobre mí? El abuelo respondió: estoy escribiendo sobre ti pero más importante que lo escribo es el lapiz que estoy usando. Me gustaria que fueses como él cuando crezcas.
El niño miró el lápiz intrigado y no vio nada en especial. ¡Pero si es igual que todos los lapices que he visto en mi vida! Todo depende del modo en que mires las cosas, dijo el abuelo. En este lápiz hay ciertas cualidades que si consigues mentenerlas harán de ti una persona que viva en paz con el mundo.
1) Puedes hacer grandes cosas, pero nunca olvides que existe una mano que guia tus pasos. A esta mano nosotros la llamamos Dios y El siempre te conducirá en dirección a su voluntad.
2) De vez en cuando se necesita dejar de escribir y usar el sacapuntas. Eso hace que el lapiz sufra un poco, pero al final está más afilado y escribe mejor. Por tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores porque te harán mejor persona.
3) El lapiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.
4) Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por tanto cuida siempre lo que sucede en tu interior.
5) El lapiz siempre deja una marca, haz de saber que todo lo que hagas en la vida dejará trazos, asi que intenta ser conciente de cada acción.

viernes, 30 de julio de 2010

¿Por qué no ser Sacerdote?

Nuestra vocación: la santidad

Todos somos llamados a ser santos.

No hay nada de extraordinario en esta vocación.

Todos hemos sido creados a imagen

de Dios para amar y ser amados.



Jesús desea nuestra santidad

con un ardor inefable:

“Porque ésta es la voluntad de Dios:

que viváis como consagrados a Él.” (1 Tes 4,3)

Su divino corazón desborda de un deseo

insaciable de vernos progresar en la santidad.



Debemos renovar cada día nuestra decisión

de avanzar en el fervor como si se tratara

del primer día de nuestra conversión, diciendo:

“Ayúdame, Señor, Dios mío, en mis buenos

propósitos en tu servicio, y dame la gracia

de comenzar hoy mismo, porque lo que he hecho

hasta ahora no ha sido nada.”



No podemos renovarnos interiormente

si no tenemos la humildad de reconocer

aquello en nosotros que necesita ser renovado

Autor desconocido

jueves, 29 de julio de 2010

"No te rindas, no te des por vencido"

- Cuando la propia debilidad te ataque y caigas en pecado.
No te des por vencido, No te rindas, fortalécete en Jesús. Y decídete a comenzar de nuevo.
- Cuando te fallen los buenos propósitos y cuando habiéndote equivocado fallaste y heriste a otros. No te des por vencido, No te rindas, fortalécete en Jesús. Se sincero contigo mismo, con los demás y sobre todo con Dios, reconoce que te equivocaste, pide perdón y el Señor te abrirá nuevas posibilidades.
- Cuando alguna puerta en tu vida se haya cerrado.
No te des por vencido, No te rindas, fortalécete en Jesús. Si oras de verdad y obras con rectitud de corazón, siendo obediente a Dios. Entonces el te abrirá puertas tan grandes, que ni siquiera llegas a imaginar.
- Si tu matrimonio está en crisis y no sabes ya que hacer para restaurarlo.
No te des por vencido, No te rindas, fortalécete en Jesús. El te indicará que hacer y se lo permite, hasta tocará el corazón de tu cónyuge.

-Si estás sufriendo por los errores de tus hijos y por el daño que ellos mismos se están haciendo.
No te des por vencido, No te rindas, fortalécete en Jesús. Tu como padre o como madre debes orar con la confianza y la autoridad que Dios padre te ha concedido.
- Cuando la sorpresa ante la traición del amigo haya lastimado tu alma.
No te des por vencido, No te rindas, fortalécete en Jesús. El es el amigo que jamás te va a fallar.
- Cuando la soledad invada tu vida y Satanás te asusta haciéndote creer que en el futuro solo vendrán días amargos.
No te des por vencido, No te rindas, fortalécete en Jesús. El colmará tu corazón de tu presencia, alejara de tu lado las personas que no te convienen y te dará nuevos amigos, para los cuales tu serás una bendición, así como ellos lo serán para ti.
- Cuando la enfermedad física parece que viene a acabar con tus fuerzas y que tu vida está por terminar
No te des por vencido, No te rindas, fortalécete en Jesús. El puede restaurar las fuerzas y sanar de todas las dolencias.
- Y cuando la partida de un ser querido de esta vida o la tuya propia esté cercana.
No te des por vencido, No te rindas, fortalécete en Jesús. El nos espera a todos para darnos un abrazo en el cielo.

P. Gustavo Jamut

miércoles, 5 de mayo de 2010

El ejemplo de María

Para los jóvenes sobre todo, mi mensaje se hace invitación y exhortación. Quisiera que la juventud del mundo entero se acercase más a María. Ella es portadora de un signo indeleble de juventud y belleza que no pasan jamás. Que los jóvenes tengan cada vez más su confianza en Ella y que confíen a Ella la vida que se abre ante ellos.

¿Qué nos dirá María, nuestra Madre y Maestra? En el Evangelio encontramos una frase en la que María se manifiesta realmente como Maestra. Es la frase que pronunció en las bodas de Caná. Después de haber dicho a su Hijo: «No tienen vino», dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».

Y estas palabras encierran un mensaje muy importante, válido para todos los hombres de todos los tiempos. Ese «Haced lo que Él os diga» significa: escuchad a Jesús, mi Hijo; actuad según su palabra y confiad en Él. Aprended a decir que «Sí» al Señor en cada circunstancia de vuestra vida. Es un mensaje muy reconfortante, del cual todos tenemos necesidad.

«Haced lo que Él os diga.» En estas palabras María expresa, sobre todo, el secreto más profundo de su vida. En estas palabras está toda Ella. Su vida, de hecho, ha sido un «Sí» profundo al Señor. Un «Sí» lleno de gozo y de confianza.

Es preciso, pues, que acojáis a María en vuestras jóvenes vidas, igual que el Apóstol Juan la acogió «en su casa». Que le permitáis ser vuestra Madre. Que abráis ante Ella vuestros corazones y vuestras conciencias. Que Ella os ayude a encontrar siempre a Cristo, para «seguirlo», por cada uno de los caminos de vuestra vida.

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Este fue el momento de la vocación de María. Y de ese momento dependió la posibilidad misma de la Navidad. Sin el «sí» de María, Jesús no hubiera nacido.

domingo, 25 de abril de 2010

Vocación religiosa

Y si alguno o alguna de vosotros advierte la llamada de Cristo al don total de sí en la vida religiosa, no rechace una propuesta tan elevada, aunque sea exigente. Que encuentre la valentía de un sí generoso y fuerte, que pueda dar una inigualable plenitud de sentido a toda la vida.

La vocación religiosa es un don libremente ofrecido y libremente aceptado. Es una profunda expresión del amor de Dios hacia vosotros y, por vuestra parte, requiere a cambio un amor total a Cristo. Por tanto toda la vida de un religioso está encaminada a estrechar el lazo de amor que fue primero forjado en el sacramento del bautismo.

Estáis llamados a realizar esto en la consagración religiosa mediante la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.

Me es grato reafirmar con fuerza el papel eminentemente apostólico de las monjas de clausura. Dejar el mundo para dedicarse -en la soledad- a una oración más profunda y constante no es más que una forma particular... de ser apóstol.

Sería un error considerar a las monjas de clausura como criaturas separadas de sus contemporáneos, aisladas y como apartadas del mundo y de la Iglesia; están, por el contrario, presentes de la manera más profunda posible, con la misma ternura de Cristo. Es por ello, lógico que los Obispos de las nuevas Iglesias soliciten como una gracia especial, la posibilidad de acoger un monasterio de religiosas contemplativas, aún cuando el número de las activas sea todavía insuficiente.

La juventud contemporánea no está cerrada al llamamiento evangélico, como se afirma con excesiva facilidad. Claro está que puede encaminarse espontáneamente a caminos nuevos; de todos modos se siente igualmente atraída por las congregaciones antiguas que les presentan un rostro vivo y siguen fieles a exigencias radicales y presentadas con sensatez.

Basta consultar la historia de la Iglesia para ver una prueba de ello. Pero las adaptaciones que nacen de la relajación o llevan a ella no pueden de ninguna manera atraer a los jóvenes, porque éstos en el fondo de sí mismos tienen capacidad de una entrega total aunque algunas aparezcan vacilantes o bloqueadas.

Quiero recordar aquí de modo particular a las 400 jóvenes religiosas de vida contemplativa de España que me han manifestado sus deseos de estar con nosotros. Sé ciertamente que están muy unidas a todos nosotros a través de la oración en el silencio del claustro. Hace siete años, muchas de ellas asistieron al encuentro que tuve con los jóvenes en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid. Después respondiendo generosamente a la llamada de Cristo, le han seguido de por vida. Ahora se dedican a rezar por la Iglesia, pero sobre todo por vosotros y vosotras, jóvenes, para que sepáis responder también con generosidad a la llamada de Jesús.

Vocación sacerdotal

Muchas veces me preguntan, sobre todo la gente joven, por qué me hice sacerdote. Quizá alguno de vosotros queráis hacerme la misma pregunta. Os contestaré brevemente.

Pero tengo que empezar por decir que es imposible explicarla por completo. Porque no deja de ser un misterio hasta para mí mismo. ¿Cómo se pueden explicar los caminos del Señor? Con todo, sé que en cierto momento de mi vida me convencí de que Cristo me decía lo que había dicho a miles de jóvenes antes que a mí: «¡Ven y sígueme!» Sentí muy claramente que la voz que oía en mi corazón no era humana ni una ocurrencia mía. Cristo me llamaba para servirle como sacerdote.

Y como ya lo habréis adivinado, estoy profundamente agradecido a Dios por mi vocación al sacerdocio. Nada tiene para mí mayor sentido ni me da mayor alegría que celebrar la Misa todos los días y servir al Pueblo de Dios en la Iglesia. Ha sido así desde el mismo día de mi ordenación sacerdotal. Nada lo ha cambiado, ni siquiera el llegar a ser Papa.

Recuerdo con profunda emoción el encuentro que tuvo lugar en Nagasaki entre un misionero que acababa de llegar y un grupo de personas que, una vez convencidas de que era un sacerdote católico, le dijeron: «Hemos estado esperándote durante siglos». Habían estado sin sacerdote, sin iglesias y sin culto durante más de doscientos años. Y sin embargo, a pesar de circunstancias adversas, la fe cristiana no había desaparecido; se había transmitido dentro de la familia de generación en generación.

La vocación sacerdotal es esencialmente una llamada a la santidad según la forma que nace del sacramento del Orden. Santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo pobre, casto y humilde, es amor sin reservas a las almas y entrega a un bien verdadero, es amor a la Iglesia que es santa y nos quiere santos porque tal es la misión que Cristo le ha confiado. Cada uno debe ser santo para ayudar a los demás a seguir su vocación a la santidad.

Deseáis descubrir si verdaderamente sois llamados al sacerdocio. La cuestión es seria, porque requiere prepararse bien, con rectitud de intención y exige una seria formación.

Su llamada es una declaración de amor. Vuestra respuesta es entrega, amistad, amor manifestado en la donación de la propia vida, como seguimiento definitivo y como participación permanente en su misión y en su consagración. Decidirse es amarlo con toda el alma y con todo el corazón, de forma que ese amor sea la norma y el motor de vuestras acciones. Vivid desde ahora plenamente la Eucaristía; Sed personas para quienes el centro y el culmen de toda la vida es la Santa Misa, la comunión y la adoración eucarística. Ofreced a Cristo vuestro corazón en la meditación y en la oración personal que es el fundamento de la vida espiritual.

¡El mundo mira al sacerdote porque mira a Jesús!

¡Nadie puede ver a Cristo, pero todos ven al sacerdote y por medio de él quieren ver al Señor!

¡Qué inmensa la grandeza y dignidad del sacerdote!

«Orad, pues, al dueño de la mies para que mande obreros a su mies... »

Considerando que la Eucaristía es el don más grande que da el Señor a la Iglesia, es preciso pedir sacerdotes, puesto que el sacerdocio es un don para la Iglesia. Se debe rezar con insistencia para conseguir ese regalo. Debe pedirse de rodillas.

Llamados, consagrados, enviados. Esta triple dimensión explica y determina vuestra conducta y vuestro estilo de vida. Estáis «puestos aparte»; «segregados», pero «no separados». Más bien os separaría olvidar o descuidar el sentido de la consagración que distingue vuestro sacerdocio. Ser uno más en la profesión, en el estilo de vida, en el modo de vivir, en el compromiso político, no os ayudaría a realizar plenamente vuestra misión; defraudaríais a vuestros propios fieles, que os quieren sacerdotes de cuerpo entero.

Vocación matrimonial

Toda la historia de la humanidad es la historia de la necesidad de amar y de ser amado.

El corazón -símbolo de la amistad y del amor- tiene también sus normas, su ética y... nada tiene que ver con la sensiblería y menos aún con el sentimentalismo.

Jóvenes, ¡alzad con frecuencia los ojos a Jesucristo! ¡No tengáis miedo! Jesús no vino a condenar el amor, sino a liberar el amor de sus equívocos y falsificaciones.

El ser humano es un ser corporal no es un objeto cualquiera. Es, ante todo, alguien; en el sentido de que es una manifestación de la persona, un medio de presencia entre los demás, de comunicación. El cuerpo es una palabra, un lenguaje. ¡Qué maravilla y qué riesgo al mismo tiempo! ¡Tened un gran respeto de vuestro cuerpo y del de los demás! ¡Que vuestros gestos, vuestras miradas, sean siempre el reflejo de vuestra alma!

Jóvenes, la unión de los cuerpos ha sido siempre el lenguaje más fuerte con el que dos seres pueden comunicarse entre sí. Y por eso mismo, un lenguaje semejante, que afecta al misterio sagrado del hombre y de la mujer, exige que no se realicen jamás los gestos del amor sin que se aseguren las condiciones de una posesión total y definitiva de la pareja, y que la decisión sea tomada públicamente mediante el matrimonio.

Y a aquellos a los que Cristo llama a la vocación matrimonial les digo: estad seguros del amor de la Iglesia hacia vosotros. La vida familiar cristiana y la fidelidad de toda la vida en el matrimonio son también hoy necesarios para el mundo.

Escucha, en el fondo del corazón a tu conciencia que te llama a ser puro: al serio compromiso del matrimonio que es cimiento de un sólido edificio. No se puede alimentar un hogar con el fuego del placer que se consume rápidamente, como un puñado de hierba seca. Los encuentros ocasionales son simples caricaturas del amor, hierven los corazones y descarnan el plan divino.

¿Qué quiere Jesús de mí? ¿A qué me llama? ¿Cuál es el sentido de su llamada para mí?

Para la gran mayoría de vosotros, el amor humano se presenta corno una forma de autorrealización en la formación de una familia. Por eso, en el nombre de Cristo deseo preguntaros: ¿Estáis dispuestos a seguir la llamada de Cristo a través del sacramento del matrimonio, para ser procreadores de nuevas vidas, formadores de nuevos peregrinos hacia la ciudad celeste?

La familia es un misterio de amor, al colaborar directamente en la obra creadora de Dios. Amadísimos jóvenes, un gran sector de la sociedad no acepta las enseñanzas de Cristo, y, en consecuencia toma otros derroteros: el hedonismo, el divorcio, el aborto, control de la natalidad, los medios contraceptivos. Estas formas de entender la vida están en claro contraste con la Ley de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Seguir fielmente a Cristo quiere decir poner en práctica el mensaje evangélico, que implica también la castidad, la defensa de la vida, así como la indisolubilidad del vínculo matrimonial, que no es un mero contrato que se pueda romper arbitrariamente.

Viendo el «permisivismo» del mundo moderno, que niega o minimiza la autenticidad de los principios cristianos, es fácil y atrayente respirar esta mentalidad contaminada y sucumbir al deseo pasajero. Pero tened en cuenta que los que actúan de este modo no siguen ni aman a Cristo. En esta decisión cristiana, el amor es más fuerte que la muerte. Por eso os pregunto nuevamente: ¿Estáis dispuestos y dispuestas a salvaguardar la vida humana con el máximo cuidado en todos los instantes, aún en los más difíciles? ¿Estáis dispuestos corno jóvenes cristianos a vivir y a defender el amor a través del matrimonio indisoluble, a proteger la estabilidad de la familia, la educación equilibrada de los hijos, al amparo del amor paterno y materno que se complementan mutuamente? Este es el testimonio cristiano que se espera de la mayoría de vosotros y de vosotras.

miércoles, 14 de abril de 2010

La entrega total en medio del mundo

No hay vocación más religiosa que el trabajo. Un laico católico, hombre o mujer, es alguien que toma el trabajo en serio. Sólo el cristianismo ha dado un sentido religioso al trabajo y reconoce el valor espiritual del progreso tecnológico.

Tenéis como finalidad la santificación de la vida permaneciendo en el mundo, en el propio puesto de trabajo y de profesión: vivir el Evangelio en el mundo, viviendo verdaderamente inmersos en el mundo, pero para transformarlo y redimirlo con el propio amor de Cristo. Realmente es una gran ideal el vuestro.

Tal es vuestro mensaje y vuestra espiritualidad: vivir unidos a Dios en medio del mundo, en cualquier situación, cada uno luchando por ser mejor con la ayuda de la gracia, y dando a conocer a Jesucristo con el testimonio de la propia vida.

¿Hay algo más bello y más apasionante que este ideal? Vosotros, insertos y mezclados en esta humanidad alegre y dolorosa, queréis amarla, iluminarla, salvarla: ¡benditos seáis y siempre animosos en este vuestro intento!

Vale la pena dedicarse al hombre por Cristo, para llevarle a Él, para elevarlo, para ayudarle en el camino hacia la eternidad; vale la pena por el Reino del Señor vivir ese precioso valor del cristianismo: el celibato apostólico.

Sed testigos de Cristo frente a vuestros coetáneos. De este modo fortaleceréis vuestra vida de creyentes seguros de comprometeros en una causa grande y podréis seguir la voz del Espíritu Santo. Y si esta voz os llama a un amor más elevado y generoso no tengáis miedo.

Con el corazón encendido, dialogando con el Señor, tal vez alguno de vosotros se dé cuenta de que Jesús le pide más, de que le llama a que, por su amor, se lo entregue todo. Queridos jóvenes, quisiera deciros a cada uno: Si tal llamada llega a tu corazón, no la acalles. Deja que se desarrolle hasta la madurez de una auténtica vocación. Colabora con esa llamada a través de la oración y la fidelidad a los mandamientos. Hay -lo sabéis bien- una gran necesidad de vocaciones de laicos comprometidos que sigan más de cerca a Jesús. «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies». Con este programa la Iglesia se dirige a vosotros, jóvenes. Rogad también vosotros. Y, si el fruto de esta oración de la Iglesia llega a nacer en lo íntimo de vuestro corazón, escuchad al Maestro que os dice: «Sígueme». No tengáis miedo y dadle, si os lo pide, vuestro corazón y vuestra vida entera.

"L vocación explicada por Juan Pablo II"

La vocación es siempre apostolica

Dios llama a quien quiere, por libre iniciativa de su amor. Pero quiere llamar a través de otras personas. Así quiere hacerlo el Señor Jesús. Fue Andrés quien condujo a Jesús a su hermano Pedro. Jesús llamó a Felipe, pero Felipe a Natanael…

No debe existir ningún temor en proponer directamente a una persona joven o menos joven la llamada del Señor. Es un acto de estima y de confianza. Puede ser un momento de luz y de gracia.

Ningún cristiano está exento de su responsabilidad apostólica, ninguno puede ser sustituido en las exigencias de su apostolado personal. ¡Ninguna actividad humana puede quedar ajena a vuestra pasión apostólica!.

Son muchos vuestros coetáneos que no conocen a Cristo, o no lo conocen lo suficiente. Por consiguiente, no podéis permanecer callados e indiferentes.

Ciertamente, la mies es mucha, y se necesitan obreros en abundancia. Cristo confía en vosotros y cuenta con vuestra colaboración. Os invito, pues, a renovar vuestro compromiso apostólico. ¡Cristo tiene necesidad de vosotros! Responded a su llamamiento con el valor y el entusiasmo característicos de vuestra edad.

jueves, 4 de marzo de 2010

Prontitud para decir Sí ante la grandeza de la llamada

¡Ánimo, jóvenes! ¡Cristo os llama y el mundo os espera! Recordad que el Reino de Dios necesita vuestra generosa y total entrega. No seáis como el joven rico, que invitado por Cristo, no supo decidirse y permaneció con sus bienes y con su tristeza, él, que había sido preguntado con una mirada de amor.`Sed como aquellos pescadores que llamados por Jesús, dejaron todo inmediatamente y llegaron a ser pescadores de hombres'.

Sentid la grandeza de esta misión, dejaos arrastrar del todo por el torbellino en cuyo centro actúa Dios mismo, tened plena conciencia de realizar una misión insustituible. No permitáis que la insidia de la duda, del cansancio o de la desilusión empañen el frescor de la entrega.

La alegría de ser generosos

Queridísimos: comprendéis que os hablo de cosas muy importantes. Se trata de dedicar la vida entera al servicio de Dios y de la Iglesia, de hacerlo con fe segura, con convicción madura y decisión libre, con generosidad a toda prueba y sin arrepentimiento.

Abrid vuestro corazón al encuentro gozoso con Cristo. Pedid consejo. La Iglesia de Jesús debe continuar su misión en el mundo. Al hablaros de la vocación y al insistiros en seguir este camino, soy yo el humilde y apasionado servidor de aquel amor, que movía a Cristo cuando llamaba a los discípulos a seguirle.

Estad seguros de que si le escuchaseis y le siguieseis os sentiríais llenos de gozo y alegría. Sed generosos, tened valor y recordad su promesa: «mi yugo es suave y mi carga ligera».

Jóvenes: Cristo necesita de vosotros y os llama para ayudar a millones de hermanos vuestros a salvarse. Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor; sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedos a respuestas definitivas, porque el amor y la amistad no tienen ocaso.

Perseverancia y fidelidad

Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serio a la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad a una coherencia que dure toda la vida.

Su llamada es una declaración de amor. Vuestra respuesta es entrega, amistad, amor manifestado en la donación de la propia vida, como seguimiento definitivo.

Ser fieles a Cristo es amarlo con toda el alma y con todo el corazón de forma que ese amor sea la norma y el motor de todas nuestras acciones.

La fidelidad de Cristo alcanza en la Cruz su máxima y culminante expresión. De ahí que sea imprescindible la renuncia y la mortificación. Sin una ascética exigente y sin una disponibilidad para servirle profundamente enraizada en vuestro corazón, sin el hábito del olvido de sí, sería imposible amar de veras y ocuparse sólo de los intereses de Cristo.

Permitidme que os abra mi corazón para deciros que la principal preocupación ha de ser la fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor con una entrega total y con una disponibilidad apostólica sin condicionamientos ni fronteras. Sólo a la luz de esta entrega se pueden afrontar los demás problemas.

Para ver claro el camino: oración, sacramentos y dirección espiritual

Tratad de conocer a Jesús de modo auténtico, profundizad en su conocimiento para entrar en su amistad. El conocimiento de Jesús, rompe la soledad, supera la tristeza y la duda, da sentido a la vida, frena las pasiones, eleva los ideales, capacita para ayudar a acertar en las decisiones. Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida.

Buscadlo a través de la oración, en el diálogo sincero y asiduo con Él. Hacedle partícipe de los interrogantes que os van planteando los problemas y proyectos propios. Buscadle en su Palabra, en los santos Evangelios, y en la vida litúrgica de la Iglesia. Acudid a los sacramentos. Abrid con confianza vuestras aspiraciones más íntimas al amor de Cristo, que os espera en la Eucaristía. Hallaréis respuesta a todas vuestras inquietudes y veréis con gozo que la coherencia de la vida que Él os pide es la puerta para lograr la realización de los más nobles deseos de vuestra alma joven.

Madurad en el recogimiento y la oración la elección que vais a hacer: si la voz del Señor resuena en lo más íntimo de vuestro corazón, quered escuchadle. «Si escucháis hoy mi voz: no endurezcáis vuestro corazón».

¿Quién se atreverá a decir que no al Señor que te llama? Nadie puede permitirse equivocar el camino de su vida.

Por tanto, meditadlo bien, rezad para tener la luz necesaria en vuestra elección y hecha la elección rezad todavía más para tener la fortaleza de permanecer, caminando siempre «de manera digna del Señor, procurando serle grato en todo».

«Señor, que vea»; que vea, Señor, cual es tu voluntad para mí en cada momento, y sobre todo que vea en qué consiste ese designio de amor para toda mi vida, que es mi vocación. Y dame generosidad para decirte que sí y serte fiel, en el camino que quieras indicarme para que sea sal y luz en mi trabajo, en mi familia, en todo el mundo.

El sacramento de la penitencia, es un medio singularmente eficaz para el crecimiento espiritual. Indispensable para el fiel que habiendo caído en pecado grave quiere retornar a la vida de Dios.

La dirección espiritual, que puede llevarse fuera del contexto del sacramento de la penitencia e incluso ser llevada por quien no tiene el orden sagrado, ayuda a superar el peligro de la arbitrariedad a la hora de conocer y decidir la propia vocación a la luz de Dios.

Dificultades para la vocación

Desdichadamente vivimos en una época en la que el pecado se ha convertido hasta en una industria, que produce dinero, mueve planos económicos, da bienestar. Esta situación es realmente impresionante y terrible. ¡Es necesario no dejarse asustar ni presionar! ¡Cualquier época exige del cristiano «coherencia»!

Sed valientes. El mundo necesita testigos, convencidos e intrépidos. No basta discutir, hay que actuar, vivir en gracia, practicar toda la ley moral, alimentad vuestra alma con el cuerpo de Cristo, recibiendo seria y periódicamente el Sacramento de la Penitencia. Servid. Estad disponibles a amar, a socorrer: a ayudar en casa, en el trabajo, en las diversiones, con los cercanos y los alejados.

Meditad también con seriedad y generosidad, si el Señor llama a alguno de vosotros.

¿Cómo es posible esto? Buena pregunta. Nuestra bendita Madre, María de Nazaret hizo la misma pregunta por primera vez ante el extraordinario plan al que Dios la había destinado. Y la respuesta que recibió María de Dios Todopoderoso es la misma que os da a vosotros: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti porque para Dios nada es imposible».

Conociendo bien la doctrina de Jesús es fácil actuar ante los retos de la vida sin miedo a equivocarnos o a estar solos, pues lo haremos, en todo momento y circunstancia, bajo la influyente guía de su propio Espíritu Santo, sea grande o pequeña.

Os dirán que el sentido de la vida está en el mayor número de placeres posibles; intentarán convenceros de que este mundo es el único que existe y que vosotros debéis atrapar todo lo que podáis para vosotros mismos, ahora. Oiréis a la gente que os dirá: vuestra felicidad está en acumular dinero y en consumir tantas cosas como podáis, y cuando os sintáis infelices acudid a la evasión del alcohol o de la droga.

Nada de esto es verdadero. Y nada de esto proporciona auténtica felicidad a vuestras vidas.

Quizá venís de familias católicas asistís a Misa el domingo o incluso entre semana, rezáis en familia todos los días y espero que lo continuéis haciendo así toda la vida, pero puede acosaros la tentación de alejaros de Cristo.

Oiréis decir a muchos que vuestras prácticas religiosas están irremediablemente desfasadas, fuera del estilo vuestro, fuera del estilo del futuro y que podéis organizar vuestras propias vidas y que ya Dios no cuenta.

Incluso muchas personas religiosas seguirán esas actitudes arrastrados por la atmósfera circundante.

Una sociedad así, perdidos sus más altos valores morales y religiosos es presa fácil para la manipulación y dominación de fuerzas que, so pretexto de liberar, esclavizan más aún.

¡Jesús tiene la respuesta a vuestras preguntas y la clave de la historia! En Cristo descubriréis la verdadera grandeza de vuestra propia humanidad.

¡Él sigue llamándoos, Él sigue invitándoos! Sí. Cristo os llama, pero Él os llama de verdad. Su llamada es exigente, porque os invita a dejaros «pescar» completamente por Él, de modo que veréis toda vuestra vida bajo una luz nueva. Es el amigo que dice a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos..., sino que os llamo amigos» demuestra su amistad entregando su vida por nosotros.

La auténtica vida no se encuentra en uno mismo o en las cosas materiales. Se encuentra en otro, en Aquel que ha creado todo lo que de bueno, verdadero y hermoso hay en el mundo. La auténtica vida se encuentra en Dios, y vosotros descubriréis a Dios en la persona de Jesucristo.

martes, 2 de marzo de 2010

Institutos seculares

Los Institutos seculares son una realidad nueva, todavía muy desconocida, pero que constituye la feliz experiencia diaria de miles de cristianos que responden al llamado especial de Cristo (“No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes”) y por él son consagrados al Padre para su gloria y la salvación de los hombres. Están mezclados entre los demás, en las condiciones ordinarias de la vida y en las más variadas circunstancias familiares, profesionales, políticas, laborales y eclesiales.

El objetivo de sus vidas es colaborar con Cristo resucitado para implantar su Reino en la tierra y trabajar en unión con él para la liberación y salvación de los hombres, sus hermanos, engendrándolos, como padres y madres, para la vida eterna. Han comprendido a fondo la sentencia de Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final se pierde a sí mismo?”

Los Institutos seculares son asociaciones de seglares –laicos y laicas, y en algunas de ellas también sacerdotes del clero secular- que creen posible, en medio del mundo, la felicidad de las bienaventuranzas prometida por Jesús. Felicidad excepcional que muy pocos buscan porque la desconocen.

Un poco de historia...

Los Institutos Seculares surgen en pleno siglo XX; sin embargo, esta forma de vida había sido soñada e intentada ya durante varios siglos:

* Desde san Francisco de Asís con la Tercera Orden Franciscana para las personas de cualquier edad y condición que, sin dejar sus ambientes familiares, laborales y sociales, desean seguir un auténtico camino evangélico.

* En el siglo XIV Ángela Mérici, profundamente preocupada por la descristianización de su época, reúne a algunas jóvenes que empiezan a formar y crear para ellas normas y reglas nuevas, adaptadas al ambiente en que se desarrolla su vida familiar, laboral y social.

* Cuando en Francia se suprimen las órdenes religiosas, Pedro de Cloriviere instituye una nueva forma de vida consagrada: la de los que se comprometen a seguir los consejos evangélicos en medio del mundo y dedicarse al servicio de sus hermanos.

* A finales del siglo XIX nacen diversos grupos que quieren vivir el Evan-gelio en su integridad, pero conviviendo con sus hermanos en la sociedad, sin que en su forma externa de vivir nada los diferencie de los demás.

* Hasta que en pleno siglo XX, esta nueva forma de vida consagrada obtuvo reconocimiento jurídico en la Iglesia el 2 de febrero de 1947, cuando el Papa Pío XII promulga el documento Provida Mater Eclessia (La Providente Madre Iglesia). Hoy existen en el mundo más de 150 Institutos Seculares, con alrededor de 60.000 miembros.


Secularidad consagrada

Los Institutos Seculares son una forma de consagración especial, cuyos elementos específicos son la secularidad y la consagración.

La secularidad. Los laicos consagrados no manifiestan abiertamente su consagración por medio de signos externos, sino que aparecen y son simplemente cristianos cualificados por la capacidad personal y profesional. Están abiertos a cualquier trabajo digno y a desempeñar las más variadas funciones de servicio a la sociedad y a la Iglesia.

Son y ejercen de profesores, mecánicos, periodistas, médicos, abogados, enfermeros, políticos, servicio doméstico, etc., pero con la preocupación efectiva de implantar en el mundo los valores del Reino de Cristo consignados en el Evangelio: la vida y la verdad, la justicia y la paz, el amor y la libertad, la dignidad de la persona, el sentido eterno de la vida y la alegría de vivir. Con la esperanza puesta en la resurrección.

Se proponen transformar el mundo desde dentro, y desde sí mismos, según el plan de Dios, obrando como “fermento oculto en la masa”, como sal que purifica, como luz que ilumina, en la perspectiva de la felicidad eterna.


La consagración. Los consagrados seculares responden a la elección y consagración por parte de Dios viviendo los votos de castidad (el mayor amor), de pobreza (la mayor riqueza) y de obediencia (la mayor libertad), sin particulares señales externas. Unidos íntima y personalmente a Cristo resucitado presente, procuran vivir la fe, la esperanza y la caridad evangélicas en medio del mundo, compartiendo la misma misión de Cristo Salvador: la paz y salvación de los hombres para gloria de Dios Padre.

Permanecen en sus domicilios al lado de los padres y hermanos, los colegas de profesión, e inclusive como matrimonios-familias (parejas cristianas consagradas, cuyo voto de castidad equivale la fidelidad matrimonial en la obra divina de la procreación), y también como sacerdotes del clero secular.

Es una forma de existencia cristiana en la que se “elige la mejor parte que nadie les quitará” y vivir el “amor más grande”, según la expresión de Jesús: “No hay amor más grande que el de quien da la vida por los que ama”.

Amor más grande al que corresponde la felicidad más grande, incluso aquí en la tierra, a pesar de las cruces, convertidas en esperanzados dolores de parto que engendran en Cristo vidas ajenas –y la propia persona- para la gloria eterna. El mismo Jesús afirmó con palabra infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Amor más grande al que el Salvador prometió “el ciento por uno y la felicidad eterna”.

Se trata de vivir más intensamente unidos a Cristo resucitado, unión que constituye la verdadera santidad, a imitación de san Pablo: “Vivo yo, mas no soy yo el que vive: es Cristo quien vive en mí”. Jesús nos aseguró: “Yo estoy con ustedes todos los días”-. Se trata de imitarlo en su vida terrena, durante la cual, a los ojos de sus paisanos, no era más que el hijo de José, el carpintero de Nazaret, mientras en realidad era el Hijo de Dios.

Los consagrados laicos cultivan una especial devoción a María, madre de las vocaciones, maestra y modelo de la vida consagrada; devoción que es relación personal y filial, correspondida con su compañía maternal protectora y permanente.

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Vida consagrada....

¿Qué son los votos?

Los votos no son renuncia y sacrificio, sino liberación y gozo. Son una forma de vivir el bautismo en la radicalidad y novedad gozosa del Evangelio, una orientación evangélica de la vida cotidiana, una opción por la vida cristiana –vida en Cristo resucitado- en profundidad, hasta el punto de poder decir y vivir como san Pablo: “Para mí la vida es Cristo”; “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Expresiones que hacen eco a la palabra de Jesús: “Quien me come, vivirá por mí”; “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él”.
El centro y “piedra angular” de la vida consagrada es la persona de Cristo resucitado presente, en sintonía con la misma palabra del Evangelio: “Los llamó para que estuvieran con él”. La vida consagrada sólo tiene sentido por la unión real y afectiva con Cristo resucitado presente del llamado.
“La vida consagrada es una alternativa de felicidad, un arte convincente de ser felices”, y “una bendición para el mundo de hoy” (P. Simón Pedro Arnold, “El riesgo de Jesucristo”), siempre que su motivación real sea el amor filial a Dios y el amor salvífico al prójimo, vivido en la presencia salvadora de Cristo resucitado, que nos prometió con palabra infalible: “No teman: Yo estoy con ustedes todos los días”.
Los votos así entendidos y vividos, son fuente y garantía de felicidad en el tiempo y en la eternidad; y generadores de libertad frente a los ídolos que esclavizan y devastan a casi toda la humanidad: el poder, el dinero y el placer, esos dones de Dios convertidos en dioses por los hombres, en cuyo corazón suplantan al Dios de la vida, del amor y de la felicidad verdadera.
El beato Santiago Alberione concebía y vivía los votos, no como renuncia, sino como lo que son: una conquista:

La pobreza es la mayor riqueza, pues no es rico el que más tiene, sino el que es feliz con lo suficiente. “Quien me sigue, tendrá el ciento por uno en esta vida y luego la gloria eterna”. “María ha elegido la mejor parte, que nadie podrá arrebatarle”.
La obediencia es la mayor libertad, pues lleva a la libertad de los hijos de Dios; obedecer y servir a Dios es reinar, pues Dios sólo puede querer lo mejor para cada uno de nosotros, incluso a través del sufrimiento.
La castidad es el mayor amor, pues “nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los que ama”. Y el amor más grande va de la mano de la felicidad más grande. La castidad no es renuncia al amor, sino opción por el amor más grande.

La castidad nos constituye en padres y madres de innumerables vidas humanas engendradas en Cristo para la vida eterna. “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” La castidad nos hace miembros fecundos de la familia de Dios. En este sentido la vida consagrada es superior a la vida matrimonial, pues éste engendra más bien vidas naturales para este mundo, mientras que la consagrada engendra vidas sobrenaturales en número inmensamente superior, para la vida eterna, sin la cual la vida natural terminaría en fracaso. Jesús mismo da razón de esta superioridad: “¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si al final se pierde a sí mismo?”
La vida consagrada sólo tiene sentido en la perspectiva de la unión con Jesús resucitado, del amor y la fecundidad sobrenatural, de la resurrección y la gloria eterna. Sin esa perspectiva se haría absurda e insoportable.
Ahí radica el encanto de la vida consagrada. Así se alcanza la promesa de Jesús: “Tendrán el ciento por uno aquí en la tierra, a pesar de las cruces, y luego la vida eterna”.
La persona consagrada tiene en la Virgen María el gran modelo de vida y misión: acoger a Cristo en la propia persona para darlo a los demás con el ejemplo, la palabra, las obras, el sufrimiento...



La fecunda y gloriosa cruz de la consagración

El sufrimiento y la muerte, tarde o temprano, alcanza a toda vida humana, incluso la más inocente. La huida de la cruz necesaria o inevitable termina haciéndola más pesada, además de inútil.
Jesús dijo: “Quien desee ser mi discípulo, abrace su cruz cada día y véngase conmigo”. Pero la meta de la cruz asociada a la cruz gloriosa de Cristo no es el calvario, sino la resurrección y la gloria eterna. San Pablo afirma: “Él nos dará un cuerpo glorioso como el suyo;” “Los sufrimientos de esta vida no tienen comparación alguna con el peso de gloria que nos espera”; “Ni ojo vio, no oído oyó ni mente humana puede sospechar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman”.
Sólo la perspectiva y la esperanza segura de la resurrección y de la gloria eterna dan la fuerza para cargar la cruz, perseverar y afrontar la muerte. El mismo Jesús, en el Huerto de los Olivos, se decidió a enfrentar la pasión y la muerte “en vista del premio”: la resurrección y la gloria.
San Pablo vivía profundamente esta perspectiva pascual de la muerte: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.
Por eso el beato Alberione decía: “Hay pocas vocaciones porque se habla poco del paraíso”. Porque vocación sin paraíso, es fracaso total.
La cruz sin Cristo, es cruz infernal, insoportable; la cruz con Cristo resucitado es cruz pascual, como la suya, pues su meta infalible es la resurrección y la gloria. Es cruz de vida, no de muerte. Él mismo nos la hace liviana llevándola con nosotros: “Vengan a mí todos los que están agobiados, y yo los aliviaré”. Jesús no habla por hablar, sino que hace lo que promete.
La vida consagrada no se puede cerrar en sí misma, reduciéndose a sólo a “estar con Cristo”, sino que su objetivo y su gloria temporal y eterna consiste en anunciar, comunicar a Cristo en todas las formas posibles, hasta dar la vida, a ejemplo suyo, como dice san Juan evangelista: “En esto hemos conocido el amor: en que Cristo entregó la vida por nosotros; por eso también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1 Jn 3, 16). “Quien entrega la vida por mí y por el Evangelio, la salvará; quien quiera conservarla, la perderá”, asegura Jesús.
Todo el mundo da la vida por algo o por alguien, aunque no siempre sepa por qué y para qué. El consagrado sabe bien por qué y por quién la entrega, a ejemplo de san Pablo: “Sé en quién he puesto mi confianza, y sé que conservará hasta aquel Día el tesoro que me ha encomendado” (2Tim 1, 12).

La misión en la vida consagrada

Jesús llamó – y hoy sigue llamando- a sus discípulos para estar con él, pero con el fin de enviarlos en su nombre a evangelizar, liberar y salvar a la humanidad. El beato Santiago Alberione, indica seis formas principales de apostolado o misión salvífica para el éxito de la vida consagrada:

La vida interior, de unión con Cristo resucitado presente, para poder comunicarlo a los demás, pues nadie da lo que no tiene.
La oración, medio indispensable para alimentar y vivir la unión con Cristo y conseguir la eficacia salvífica de la vida y de las obras. (La Eucaristía es la máxima obra de salvación, que Cristo mismo realiza con nosotros a favor de toda la humanidad).
El sufrimiento ofrecido, en unión con la cruz de Cristo, por la liberación y salvación de los hombres y por la propia, a ejemplo de él.
El testimonio, como transparencia de Cristo en la vida del consagrado; o sea, que el consagrado ofrezca a Cristo la posibilidad de manifestarse, hablar a través de su persona.
La palabra, como reflejo de la Palabra de Dios, como medio de comunicar a Cristo, Palabra viva del Padre. Toda forma de palabra: hablada, escrita, radiada, televisada, filmada, hecha imagen, en Internet, en red…
La acción, como fruto natural y concreto de las anteriores formas de misión. “Por sus obras los conocerán”.

P. Jesús Álvarez, ssp

Hablar de vocación hoy....

Hablar de vocación consagrada en el siglo XXI, es hablar de cómo la entendió y vivió Cristo y sus discípulos en el siglo I. Los llamó para que estuvieran con él y para enviarlos en su nombre. Esa es la esencia de la vocación. Así lo entendió y vivió también Alberione. El lenguaje, la forma, pueden cambiar, deben adaptarse a los tiempos y a las personas para transmitir la esencia, que es siempre la misma. Si se ignora lo esencial o se cambia por lo secundario, ya no se habla de vocación consagrada, sino de otra cosa o interés que nada tiene que ver con dicha vocación.

La vocación es la llamada de Dios al diálogo de amistad con él en el tiempo y en la eternidad, y a compartir con Cristo en este mundo su misión de dar gloria al Padre y salvar a los hombres. Es una dignación amorosa de Dios, un honor y una responsabilidad gloriosa, una gran alegría, y merece gratitud eterna.

La vocación de especial consagración es la llamada de Dios al seguimiento radical de Cristo a favor de los hombres: en el sacerdocio, en la vida religiosa comunitaria, vida secular consagrada.

Esta consagración es también vivir la consagración bautismal de una forma más perfecta, profunda, radical y feliz.

La iniciativa de la consagración es de Cristo, que nos consagra, no de la persona humana, ni de los vocacionistas, ni de los formadores, ni de la comunidad, como Jesús mismo da a entender: “No son ustedes los que me han elegido a mí, sino que los elegí yo a ustedes”. El llamado o llamada sólo tiene que acoger, agradecer y vivir su vocación unido a Cristo, pues sólo quien está unido a él puede dar gloria a Dios y producir frutos de salvación: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero separados de mí no pueden hacer nada”. (Jn 15, 5).

La vocación a la vida consagrada parte sobre todo del trato de amistad con Cristo resucitado presente en el mismo llamado, en la oración y la contemplación, en la Palabra de Dios, en la Eucaristía y en el prójimo. La pastoral vocacional consiste principalmente en facilitar al vocacionado el encuentro real, vivencial con Cristo en esas realidades privilegiadas de su presencia viva.

Señales de vocación

Nadie puede pretender que Dios o Jesús en persona y de forma sensible o extraordinaria lo llame por el nombre para consagrarlo a él. Pero hay signos que garantizan, con certeza moral, la llamada de Dios a la vida consagrada o sacerdotal.

Dios llama de muchas formas. Entre ellas la más frecuente consiste en el deseo sincero de consagrarse totalmente a Dios para bien y salvación del prójimo, y para asegurarse la propia salvación eterna, pues tal deseo sólo del Espíritu de Dios puede venir, y en él se refleja su llamada.

Casi todos los grandes llamados han sentido así la voz de Dios. Por ejemplo, san Ignacio de Loyola reconoció la llamada de Dios en la paz que le proporcionaba la lectura de las vidas de santos y el vacío que sentía con la lectura de las novelas que antes le entusiasmaban. El beato Alberione, en la adoración eucarística de la noche del siglo XIX al XX, sintió un gran “deseo de hacer algo por los hombres de nuevo siglo” para gloria de Dios: en eso reconoció la llamada de Dios. Los ejemplos podrían aducirse por miles.

Luego, cada forma específica de consagración requiere cualidades y condiciones de salud física, mental, moral, espiritual, capacidades, preferencias, etc., que le permitan realizar con éxito y alegría determinada forma de consagración y misión específica. Ahí es donde intervienen los orientadores vocacionales o directores espirituales que pueden discernir el carisma de vida y misión en donde mejor encajen los carismas personales para favorecer el éxito de una vocación consagrada. Y Dios dará el resto: la gracia, la asistencia, los dones necesarios para realizarla con éxito.

El camino de la consagración

El camino hacia la consagración tiene sus etapas, que se podrían decir naturales: aspirantado o fase preliminar, de acercamiento y conocimiento mutuo entre la persona llamada y la congregación o forma de vida secular consagrada, y su misión, con el seguimiento de un acompañante por medio de entrevistas personales, correspondencia, mail, msn, teléfono…; libros sobre la espiritualidad, carisma y misión del instituto o congregación hacia la que se siente inclinación.

Luego sigue el postulantado, en el cual se profundiza en el discernimiento vocacional y el conocimiento y asimilación de la vida y misión carismática, con experiencias concretas de vida interior y del carisma por los que se desea optar.

Con el noviciado empieza la vida en el instituto o congregación elegida, durante el cual el candidato o candidata se hace más consciente de su vocación divina y experimenta el estilo de vida y misión al que se desea entregar, a la vez que se evalúan la idoneidad y la consistencia de la opción por Cristo en la vida y misión que se desea abrazar.

Con la profesión de los votos se realiza la integración libre, gozosa y plena en la vida y misión del instituto o congregación elegida.

Para cada etapa hay abundante literatura apropiada sobre el carisma, la vida y misión por la que se opta. La formación permanente dura hasta el fin de la vida del consagrado-a terrena, y, junto con la experiencia de Cristo, del amor a Dios, y del amor humano y salvífico al prójimo, constituye la garantía del éxito y gozo de la vida consagrada, que sólo así es digna de ser abrazada y vale la pena vivir.


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lunes, 1 de marzo de 2010

El proceso de la vocación

Una vocación en la Iglesia, desde el punto de vista humano, comienza con descubrimiento: encontrar la perla de gran valor. Vosotros habéis descubierto a Jesús: su persona, su mensaje, su llamada.

Después del inicial descubrimiento, sobreviene un diálogo en la oración, un diálogo entre Jesús y el que ha sido llamado, un diálogo que va más allá de las palabras y se expresa en el amor.

Ciertas experiencias de entusiasmo religioso que a veces concede el Señor son únicamente gracias iniciales y pasajeras que tienen por objeto empujar hacia una decidida voluntad de conversión caminando con generosidad en fe, esperanza y amor.

La llamada del hombre está primero en Dios: en su mente y en la elección que Dios mismo realiza y que el hombre tiene que leer en su propio corazón. Al percibir con claridad esta vocación que viene de Dios, el hombre experimenta la sensación de su propia insuficiencia. Trata incluso de defenderse ante la responsabilidad de la llamada. Y así, como sin querer, la llamada se convierte en el fruto de un diálogo interior con Dios y es, incluso, hasta a veces como el resultado de una batalla con Él.

Ante las reservas y dificultades que con la razón el hombre opone, Dios aporta el poder de su gracia. Y con el poder de esta gracia consigue el hombre la realización de su llamada.

La respuesta a la vocación es siempre un Sí lleno de fe

La fe y el amor no se reducen a palabras o a sentimientos vagos. Creer en Dios y amar a Dios significa vivir toda la vida con coherencia a la luz del Evangelio, y esto no es fácil. ¡Sí! Muchas veces se necesita mucho coraje para ir contra la corriente de la moda o la mentalidad de este mundo. Pero, lo repito, éste es el único camino para edificar una vida bien acabada y plena.

Y si a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no cumpliendo... sus mandamientos, ¡no os desaniméis! ¡Cristo os sigue esperando! Él, Jesús, es el Buen pastor que carga con la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane'. Cristo es amigo que nunca defrauda.

El joven del Evangelio añade: «¿Qué me falta?». Aquél corazón joven movido por la gracia de Dios, siente un deseo de más generosidad, de más entrega, de más amor. Un deseo que es propio de la juventud; porque un corazón enamorado no calcula, no regatea, quiere darse sin medida.

«Jesús fijando en él la mirada, lo amó y le dijo) ven y sígueme».

A los que han entrado por la senda de la vida en el cumplimiento de los mandamientos el Señor les propone nuevos horizontes; el Señor les propone metas más elevadas y los llama a entregarse a ese amor sin reservas.

Descubrir esta llamada, esta vocación, es caer en la cuenta de que Cristo tiene fijos los ojos en ti y que te invita con la mirada a la entrega total en el amor. Ante esa mirada, ante ese amor suyo, el corazón abre las puertas de par en par y es capaz de decirle que sí.

Si algunos de vosotros siente una llamada a seguirle más de cerca, a dedicarle el corazón por entero como los apóstoles Juan y Pablo, que sea generoso, que no tenga miedo, porque no hay nada que temer cuando el premio que espera es Dios mismo, a quien, a veces sin saberlo, todo joven busca.

Jóvenes que me escucháis, jóvenes que sobre todo, queréis saber lo que habéis de hacer para alcanzar la vida eterna decid siempre que sí a Dios y Él os llenará de su alegría.

«Una sola cosa te falta: ven y sígueme»

¿Quizá hoy Jesús os está repitiendo a cada uno de vosotros: «Una sola cosa te falta»? ¿Quizá os está pidiendo más amor aún, más generosidad, más sacrificio? Sí, el amor de Cristo exige generosidad y sacrificio. Seguir a y servir al mundo en su nombre requiere coraje y fuerza. Ahí no hay lugar para el egoísmo ni para el miedo. No tengáis miedo, por tanto, cuando el amor sea exigente. No temáis cuando el amor requiera sacrificio.

Por esto os digo a cada uno de vosotros: escuchad la llamada de Cristo, cuando sintáis que os dice: «Sígueme.» Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado, permanece en mi amor! Te pide que optes por Cristo. ¡La opción por Cristo y su modelo de vida; Por su mandamiento de amor!

El amor verdadero es exigente. No cumpliría mi misión si no os lo hubiera dicho con toda claridad. El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios.

domingo, 28 de febrero de 2010

Dios llama desde muy jóvenes

Durante los años de la juventud se va configurando en cada uno la propia personalidad. El futuro comienza ya a hacerse presente y el porvenir se ve como algo que está ya al alcance de las manos. Es el período en que se ve la vida como un proyecto prometedor a realizar del cual cada uno es y quiere ser protagonista.

Es también el tiempo adecuado para discernir y tomar conciencia con más radicalidad de que la vida no puede desarrollarse al margen de Dios y de los demás. Es la hora de afrontar las grandes cuestiones, de la opción entre el egoísmo o la generosidad.

Cada uno de vosotros está enfrentado ante el reto de dar pleno sentido a su vida, a la vida que se os ha concedido vivir.

Sois jóvenes y queréis vivir. Pero debéis vivir plenamente y con una meta. Debéis vivir para Dios; para los demás. Y nadie puede vivir esta vida para sí mismo. El futuro es vuestro, pero el futuro es sobre todo una llamada y un reto a «encontrar» vuestra vida entregándola, «perdiéndola», compartiéndola mediante la amorosa entrega a los demás. Dice Cristo: «El que ama su vida la pierde; pero el que aborrece su vida en este mundo, la encontrará para la vida eterna»'.

Y la medida del éxito de vuestra vida dependerá de vuestra generosidad.

Cristo dispone de toda la terapia para curar los males del mundo. Él, que ha querido considerarse médico a Sí mismo', nos ha enseñado que, si se quiere cambiar el mundo, hay que cambiar antes de nada el corazón del hombre.

Es Dios quien llama y lo hizo desde la eternidad.

Todos hemos sido llamados -cada uno de un modo concreto- para ir y dar fruto.

Los discípulos fueron elegidos por el Maestro, no se presentaron voluntarios, al menos en su inicio, porque la amistad que ofrece Jesús es completamente gratuita. Y el que se siente querido de Jesús también se siente a su vez obligado a ser un discípulo fiel y activo. Y esto es dar fruto.

En la raíz de toda vocación no se da una iniciativa humana o personal con sus inevitables limitaciones, sino una misteriosa iniciativa de Dios.

Desde la eternidad, desde que comenzamos a existir en los designios del Creador y Él nos quiso criaturas, también nos quiso llamados, preparándonos con dones y condiciones para la respuesta personal, consciente y oportuna a la llamada de Cristo o de la Iglesia. Dios que nos ama, que es Amor, es « Él quien llama».

La vocación es un misterio que el hombre -acoge y vive en lo más íntimo de su ser. Depende de su soberana libertad y escapa a nuestra comprensión. No tenemos que exigirle explicaciones, decirle: «¿por qué me haces esto?»2, puesto que Quien llama es el Dador de todos los bienes.

Por eso ante su llamada, adoramos el misterio, respondemos con amor a su iniciativa amorosa y decimos sí a la vocación.

Experimentar la vocación es un acontecimiento único, indecible, que sólo se percibe como suave soplo a través del toque esclarecedor de la gracia; un soplo del Espíritu Santo que, al mismo tiempo que perfila de verdad nuestra frágil realidad humana, enciende en nuestros corazones una luz nueva.

Infunde una fuerza extraordinaria que incorpora nuestra existencia al quehacer divino.



("La vocación explicada por Juan Pablo II")

¿Cuándo y cómo llama Dios?

¡Cuántos jóvenes no poseen la verdad, y arrastran su existencia sin un «para qué»!; ¡Cuántos, quizá después de vanas y extenuantes búsquedas, desilusionados y amargados se han abandonado, y se abandonan todavía en la desesperación!

¡Y cuántos han logrado encontrar la verdad después de angustiosos años llenos de interrogantes y experiencias tristes!

Pensad, por ejemplo, en el dramático itinerario de San Agustín, para llegar a la luz de la verdad y a la paz de la inocencia reconquistada.

¡Y qué suspiro lanzó cuando, finalmente, alcanzó la luz! Y exclama con nostalgia: «¡Qué tarde te amé! »

i Pensad en la fatiga que tuvo que pasar el célebre Cardenal Newman para llegar, con la fuerza de la lógica, al catolicismo! ¡Qué larga y dolorosa agonía espiritual!

Es verdaderamente impresionante saber que poseemos la verdad.

Él os ha elegido, de modo misterioso, pero leal, para haceros con Él como Él, salvadores;

Quiere transformaros en Él.

Cristo os llama de verdad. Su llamada es exigente porque os invita a dejaros «pescar» por Él completamente, de modo que vuestra existencia se contemple bajo una luz diversa Tratad de vivir sólo para Él.

Hay un modo maravilloso de realizar el amor en la vida: se trata de la vocación de seguir a Cristo en el celibato libremente elegido o en la virginidad por amor del reino de los cielos. Pido a cada uno de vosotros que se interrogue seriamente sobre si Dios no lo llama hacia uno de estos caminos. Y a todos los que sospechan tener esta posible vocación personal, les digo: rezad tenazmente para tener la claridad necesaria, pero luego decid un alegre sí.

En efecto, Dios ha pensado en nosotros desde la eternidad y nos ha amado como personas únicas e irrepetibles, llamándonos a cada uno por nuestro nombre, como el Buen Pastor que «a sus ovejas las llama a cada una por su nombre».


("La vocación explicada por Juan Pablo II")

¿A qué te llama Dios?

Me dirijo sobre todo a vosotros, queridísimos chicos y chicas, jóvenes y menos jóvenes, que os halláis en el momento decisivo de vuestra elección. Quisiera encontrarme con cada uno de vosotros personalmente, llamaros por vuestro nombre, hablaros de corazón a corazón de cosas extremadamente importantes, no sólo para vosotros individualmente, sino para la humanidad entera.

Quisiera preguntaros a cada uno de vosotros: ¿Qué vas a hacer de tu vida? ¿Cuáles son tus proyectos? ¿Has pensado alguna vez en entregar tu existencia totalmente a Cristo? ¿Crees que pueda haber algo más grande que llevar a Jesús a los hombres y los hombres a Jesús?.

Os halláis en la encrucijada de vuestras vidas y debéis decidir cómo podéis vivir un futuro feliz, aceptando las responsabilidades del mundo que os rodea. Me habéis pedido que os dé ánimos y orientaciones, y con mucho gusto os ofrezco algunas palabras en el nombre de Jesucristo.

En primer lugar os digo: no penséis que estáis solos en esa decisión vuestra y en segundo lugar que cuando decidáis vuestro futuro, no debéis decidirlo sólo pensando en vosotros.

La convicción que debemos compartir y extender es que la llamada a la santidad está dirigida a todos los cristianos. No se trata del privilegio de una élite espiritual. No se trata de que algunos se sientan con una audacia heroica. No se trata de un tranquilo refugio adaptado a cierta forma de piedad o a ciertos temperamentos naturales. Se trata de una gracia propuesta a todos los bautizados, según modalidades y grados diversos.

La santidad cristiana no consiste en ser impecables, sino en la lucha por no ceder y volver a levantarse siempre, después de cada caída. Y no deriva tanto de la fuerza de voluntad del hombre, sino más bien del esfuerzo por no obstaculizar nunca la acción de la gracia en la propia alma, y ser, más bien, sus humildes «colaboradores».

Cada laico cristiano es una obra extraordinaria de la gracia de Dios y está llamado a las más altas cimas de santidad. A veces éstos no parecen apreciar totalmente la divinidad de su vocación. Su específica vocación y misión consiste en -como levadura- meter el Evangelio en la realidad del mundo en que viven.

¡Seguid a Cristo: vosotros, los solteros todavía, o los que os estáis preparando para el matrimonio! ¡Seguid a Cristo! Vosotros jóvenes o viejos. ¡Seguid a Cristo! Vosotros enfermos o ancianos, los que sentís la necesidad de un amigo: ¡Seguid a Cristo!

("La vocación explicada por Juan Pablo II")

domingo, 21 de febrero de 2010

Si quieres consagrarte a Dios recuerda...

  • Quieres entregarte por completo a Dios; desde ahora no te pertenecen tus ilusiones, tu vida, tus proyectos, el amor, la compañía, el honor, el dinero, la fama... Siempre que los persigas estarás apartándote de la Llamada.

  • La vocación, la llamada de Dios no se pierde, pero puedes dejar de oirla si no permeneces fiel diariamente a tu entrega total, a los propósitos que te marcas por encima de las dificultades.

  • Las dificultades, miedos y sufrimientos son inherentes a la vocación. De ahora en adelante cuenta con ellos, vendrán momentos de aburrimiento, de soledad, de dudas, incomprensiones de quienes te rodean... Pero la recompensa merece el esfuerzo del camino

  • La perfección no es de este mundo y lo que importa es tu esfuerzo cotidiano de superación, no los frutos.

  • El desánimo es la tentación de abandonar lo grande. No te desanimes si te sientes incapaz de salvar al mundo, de ser lo suficientemente generoso. No te desanimes si ves a tu alrededor la dejadez de algunos consagrados, cuando te encuentres sólo en tu ideal, cuando veas la indiferencia de los que deberían ser mejores.

  • Sin una vida constante de oración, sin la amistad con Dios, pronto estarás más cerca del "suelo" que del "cielo" y no merecerá la pena tu sacrificio de hoy.

  • Una tentación constante en tu vida va a ser la de recuperar aquello que hoy dejas. La renuncia ha de ser gozosa y libre, no amarga y resignada.

  • Y recuerda diariamente que la felicidad en la vocación depende directamente de la radicalidad en la entrega. Dios jamás defrauda a quien pone "toda la carne en el asador" por la construcción de su Reino.
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