No hay vocación más religiosa que el trabajo. Un laico católico, hombre o mujer, es alguien que toma el trabajo en serio. Sólo el cristianismo ha dado un sentido religioso al trabajo y reconoce el valor espiritual del progreso tecnológico.
Tenéis como finalidad la santificación de la vida permaneciendo en el mundo, en el propio puesto de trabajo y de profesión: vivir el Evangelio en el mundo, viviendo verdaderamente inmersos en el mundo, pero para transformarlo y redimirlo con el propio amor de Cristo. Realmente es una gran ideal el vuestro.
Tal es vuestro mensaje y vuestra espiritualidad: vivir unidos a Dios en medio del mundo, en cualquier situación, cada uno luchando por ser mejor con la ayuda de la gracia, y dando a conocer a Jesucristo con el testimonio de la propia vida.
¿Hay algo más bello y más apasionante que este ideal? Vosotros, insertos y mezclados en esta humanidad alegre y dolorosa, queréis amarla, iluminarla, salvarla: ¡benditos seáis y siempre animosos en este vuestro intento!
Vale la pena dedicarse al hombre por Cristo, para llevarle a Él, para elevarlo, para ayudarle en el camino hacia la eternidad; vale la pena por el Reino del Señor vivir ese precioso valor del cristianismo: el celibato apostólico.
Sed testigos de Cristo frente a vuestros coetáneos. De este modo fortaleceréis vuestra vida de creyentes seguros de comprometeros en una causa grande y podréis seguir la voz del Espíritu Santo. Y si esta voz os llama a un amor más elevado y generoso no tengáis miedo.
Con el corazón encendido, dialogando con el Señor, tal vez alguno de vosotros se dé cuenta de que Jesús le pide más, de que le llama a que, por su amor, se lo entregue todo. Queridos jóvenes, quisiera deciros a cada uno: Si tal llamada llega a tu corazón, no la acalles. Deja que se desarrolle hasta la madurez de una auténtica vocación. Colabora con esa llamada a través de la oración y la fidelidad a los mandamientos. Hay -lo sabéis bien- una gran necesidad de vocaciones de laicos comprometidos que sigan más de cerca a Jesús. «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies». Con este programa la Iglesia se dirige a vosotros, jóvenes. Rogad también vosotros. Y, si el fruto de esta oración de la Iglesia llega a nacer en lo íntimo de vuestro corazón, escuchad al Maestro que os dice: «Sígueme». No tengáis miedo y dadle, si os lo pide, vuestro corazón y vuestra vida entera.
"L vocación explicada por Juan Pablo II"
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Hace 5 años