En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino (la oración litúrgica), la ascesis personal (ciertos ejercicios como el trabajo manual, las vigilias, etc a través de los que dominan sus pasiones y su caracter para amar libremente a Dios), la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios.
La comunidad vive en un clima de silencio y de separación del mundo, que favorece y expresa su apretura a Dios mediante la contemplación, a ejemplo de María, que conservaba todas las cosas y las meditaba en su corazón.
Toda la vida de las monjas y monjes se orienta a conservar el recuerdo constante de Dios. En la celebración de la Eucaristia y el oficio divino, en la lectura y meditación de los libros sagrados, en la oración privada, en las vigilias. En la quietud y el silencio, buscan ardientemente el rostro del Señor y no dejan de interpelar al Dios de nuestra salvación para que todos los hombres se salven.