miércoles, 30 de diciembre de 2009

La vida religiosa apóstolica


Los religiosos y religiosas de vida apostólica renunciando al mundo se han consagrada a Dios mediante la profesión pública de los consejos evangélicos (votos de pobreza, castidad y obediencia) según un carisma específico (franciscanas, dominicanos, salecianos, etc) y en una forma estable de vida común para el servicio apostólico.
Ellos deben continuar en cada época tomando ejemplo de Cristo, el Señor, alimentando en la oración una profunda comunión de sentimientos con él, de modo que todo su modo esté impregnada de espíritu apostólico y toda su acción apostólica esté sostenida por la contemplación.

La vida religiosa monastica


En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino (la oración litúrgica), la ascesis personal (ciertos ejercicios como el trabajo manual, las vigilias, etc a través de los que dominan sus pasiones y su caracter para amar libremente a Dios), la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios.
La comunidad vive en un clima de silencio y de separación del mundo, que favorece y expresa su apretura a Dios mediante la contemplación, a ejemplo de María, que conservaba todas las cosas y las meditaba en su corazón.
Toda la vida de las monjas y monjes se orienta a conservar el recuerdo constante de Dios. En la celebración de la Eucaristia y el oficio divino, en la lectura y meditación de los libros sagrados, en la oración privada, en las vigilias. En la quietud y el silencio, buscan ardientemente el rostro del Señor y no dejan de interpelar al Dios de nuestra salvación para que todos los hombres se salven.

Una misión de Amistad

La vocación consagrada es un compromiso radical de amistad, entrega y servicio. "El amor más grande que uno pueda tener es dar la vida por los amigos" Jn 15, 13

Optar por la vida consagrada implica haber descubierto y experimentado que existe un amor por el cual vale la pena renunciar a cualquier otro amor, incluso el amor matrimonial.
El sacerdote, religioso o religiosa ha descubierto otra forma de amar y realizarse: la misma de Cristo.
El hecho de consagrarse a una misión apostólica, no implica dejar de ser personas libres. Una renuncia es humana y cristiana cuando a través de ella cuando no afecta ni destruye los valores humanos de las personas.
Para decidirse por una vida consagrada se requiere capacidad para captar ciertos valores: "No todos pueden comprender el lenguaje sino solo aquellos a quienes les es conocido" Mt 19, 11. Se necesita un amor desiteresado y universal, una gran libertad ante los valores materiales, una incondicional disponibilidad para los planes de Dios, inscriptos en las necesidades de los hombres y en las aptitudes personales.
Es indispensable saber vivir juntos, como amigos y hermanos, la experiencia del seguimiento de Cristo, compartiendo con gozo cuanto se es, se tiene y se siente, haciendo a los otros participes de proyectos, alegrías, sufrimientos, éxitos y fracasos, trabajando por la liberación y salvación de los hombres.
La radical entrega capacita al religioso, a ejemplo de Cristo, para frenar indefinidamente el circulo del amor. Su libertad y desarraigo, su propia visionalidad en el vivir, le permiten ofrecer la vida por todos. Dando la mano a todo el mundo sin retener a ninguno, entregando el corazón a todos sin apropiarse de nadie.