Una vocación en
Después del inicial descubrimiento, sobreviene un diálogo en la oración, un diálogo entre Jesús y el que ha sido llamado, un diálogo que va más allá de las palabras y se expresa en el amor.
Ciertas experiencias de entusiasmo religioso que a veces concede el Señor son únicamente gracias iniciales y pasajeras que tienen por objeto empujar hacia una decidida voluntad de conversión caminando con generosidad en fe, esperanza y amor.
La llamada del hombre está primero en Dios: en su mente y en la elección que Dios mismo realiza y que el hombre tiene que leer en su propio corazón. Al percibir con claridad esta vocación que viene de Dios, el hombre experimenta la sensación de su propia insuficiencia. Trata incluso de defenderse ante la responsabilidad de la llamada. Y así, como sin querer, la llamada se convierte en el fruto de un diálogo interior con Dios y es, incluso, hasta a veces como el resultado de una batalla con Él.
Ante las reservas y dificultades que con la razón el hombre opone, Dios aporta el poder de su gracia. Y con el poder de esta gracia consigue el hombre la realización de su llamada.
La respuesta a la vocación es siempre un Sí lleno de fe
La fe y el amor no se reducen a palabras o a sentimientos vagos. Creer en Dios y amar a Dios significa vivir toda la vida con coherencia a la luz del Evangelio, y esto no es fácil. ¡Sí! Muchas veces se necesita mucho coraje para ir contra la corriente de la moda o la mentalidad de este mundo. Pero, lo repito, éste es el único camino para edificar una vida bien acabada y plena.
Y si a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no cumpliendo... sus mandamientos, ¡no os desaniméis! ¡Cristo os sigue esperando! Él, Jesús, es el Buen pastor que carga con la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane'. Cristo es amigo que nunca defrauda.
El joven del Evangelio añade: «¿Qué me falta?». Aquél corazón joven movido por la gracia de Dios, siente un deseo de más generosidad, de más entrega, de más amor. Un deseo que es propio de la juventud; porque un corazón enamorado no calcula, no regatea, quiere darse sin medida.
«Jesús fijando en él la mirada, lo amó y le dijo) ven y sígueme».
A los que han entrado por la senda de la vida en el cumplimiento de los mandamientos el Señor les propone nuevos horizontes; el Señor les propone metas más elevadas y los llama a entregarse a ese amor sin reservas.
Descubrir esta llamada, esta vocación, es caer en la cuenta de que Cristo tiene fijos los ojos en ti y que te invita con la mirada a la entrega total en el amor. Ante esa mirada, ante ese amor suyo, el corazón abre las puertas de par en par y es capaz de decirle que sí.
Si algunos de vosotros siente una llamada a seguirle más de cerca, a dedicarle el corazón por entero como los apóstoles Juan y Pablo, que sea generoso, que no tenga miedo, porque no hay nada que temer cuando el premio que espera es Dios mismo, a quien, a veces sin saberlo, todo joven busca.
Jóvenes que me escucháis, jóvenes que sobre todo, queréis saber lo que habéis de hacer para alcanzar la vida eterna decid siempre que sí a Dios y Él os llenará de su alegría.
«Una sola cosa te falta: ven y sígueme»
¿Quizá hoy Jesús os está repitiendo a cada uno de vosotros: «Una sola cosa te falta»? ¿Quizá os está pidiendo más amor aún, más generosidad, más sacrificio? Sí, el amor de Cristo exige generosidad y sacrificio. Seguir a y servir al mundo en su nombre requiere coraje y fuerza. Ahí no hay lugar para el egoísmo ni para el miedo. No tengáis miedo, por tanto, cuando el amor sea exigente. No temáis cuando el amor requiera sacrificio.
Por esto os digo a cada uno de vosotros: escuchad la llamada de Cristo, cuando sintáis que os dice: «Sígueme.» Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado, permanece en mi amor! Te pide que optes por Cristo. ¡La opción por Cristo y su modelo de vida; Por su mandamiento de amor!
El amor verdadero es exigente. No cumpliría mi misión si no os lo hubiera dicho con toda claridad. El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios.
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