Los Institutos seculares son una realidad nueva, todavía muy desconocida, pero que constituye la feliz experiencia diaria de miles de cristianos que responden al llamado especial de Cristo (“No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes”) y por él son consagrados al Padre para su gloria y la salvación de los hombres. Están mezclados entre los demás, en las condiciones ordinarias de la vida y en las más variadas circunstancias familiares, profesionales, políticas, laborales y eclesiales.
El objetivo de sus vidas es colaborar con Cristo resucitado para implantar su Reino en la tierra y trabajar en unión con él para la liberación y salvación de los hombres, sus hermanos, engendrándolos, como padres y madres, para la vida eterna. Han comprendido a fondo la sentencia de Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final se pierde a sí mismo?”
Los Institutos seculares son asociaciones de seglares –laicos y laicas, y en algunas de ellas también sacerdotes del clero secular- que creen posible, en medio del mundo, la felicidad de las bienaventuranzas prometida por Jesús. Felicidad excepcional que muy pocos buscan porque la desconocen.
Un poco de historia...
Los Institutos Seculares surgen en pleno siglo XX; sin embargo, esta forma de vida había sido soñada e intentada ya durante varios siglos:
* Desde san Francisco de Asís con la Tercera Orden Franciscana para las personas de cualquier edad y condición que, sin dejar sus ambientes familiares, laborales y sociales, desean seguir un auténtico camino evangélico.
* En el siglo XIV Ángela Mérici, profundamente preocupada por la descristianización de su época, reúne a algunas jóvenes que empiezan a formar y crear para ellas normas y reglas nuevas, adaptadas al ambiente en que se desarrolla su vida familiar, laboral y social.
* Cuando en Francia se suprimen las órdenes religiosas, Pedro de Cloriviere instituye una nueva forma de vida consagrada: la de los que se comprometen a seguir los consejos evangélicos en medio del mundo y dedicarse al servicio de sus hermanos.
* A finales del siglo XIX nacen diversos grupos que quieren vivir el Evan-gelio en su integridad, pero conviviendo con sus hermanos en la sociedad, sin que en su forma externa de vivir nada los diferencie de los demás.
* Hasta que en pleno siglo XX, esta nueva forma de vida consagrada obtuvo reconocimiento jurídico en la Iglesia el 2 de febrero de 1947, cuando el Papa Pío XII promulga el documento Provida Mater Eclessia (La Providente Madre Iglesia). Hoy existen en el mundo más de 150 Institutos Seculares, con alrededor de 60.000 miembros.
Secularidad consagrada
Los Institutos Seculares son una forma de consagración especial, cuyos elementos específicos son la secularidad y la consagración.
La secularidad. Los laicos consagrados no manifiestan abiertamente su consagración por medio de signos externos, sino que aparecen y son simplemente cristianos cualificados por la capacidad personal y profesional. Están abiertos a cualquier trabajo digno y a desempeñar las más variadas funciones de servicio a la sociedad y a la Iglesia.
Son y ejercen de profesores, mecánicos, periodistas, médicos, abogados, enfermeros, políticos, servicio doméstico, etc., pero con la preocupación efectiva de implantar en el mundo los valores del Reino de Cristo consignados en el Evangelio: la vida y la verdad, la justicia y la paz, el amor y la libertad, la dignidad de la persona, el sentido eterno de la vida y la alegría de vivir. Con la esperanza puesta en la resurrección.
Se proponen transformar el mundo desde dentro, y desde sí mismos, según el plan de Dios, obrando como “fermento oculto en la masa”, como sal que purifica, como luz que ilumina, en la perspectiva de la felicidad eterna.
La consagración. Los consagrados seculares responden a la elección y consagración por parte de Dios viviendo los votos de castidad (el mayor amor), de pobreza (la mayor riqueza) y de obediencia (la mayor libertad), sin particulares señales externas. Unidos íntima y personalmente a Cristo resucitado presente, procuran vivir la fe, la esperanza y la caridad evangélicas en medio del mundo, compartiendo la misma misión de Cristo Salvador: la paz y salvación de los hombres para gloria de Dios Padre.
Permanecen en sus domicilios al lado de los padres y hermanos, los colegas de profesión, e inclusive como matrimonios-familias (parejas cristianas consagradas, cuyo voto de castidad equivale la fidelidad matrimonial en la obra divina de la procreación), y también como sacerdotes del clero secular.
Es una forma de existencia cristiana en la que se “elige la mejor parte que nadie les quitará” y vivir el “amor más grande”, según la expresión de Jesús: “No hay amor más grande que el de quien da la vida por los que ama”.
Amor más grande al que corresponde la felicidad más grande, incluso aquí en la tierra, a pesar de las cruces, convertidas en esperanzados dolores de parto que engendran en Cristo vidas ajenas –y la propia persona- para la gloria eterna. El mismo Jesús afirmó con palabra infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Amor más grande al que el Salvador prometió “el ciento por uno y la felicidad eterna”.
Se trata de vivir más intensamente unidos a Cristo resucitado, unión que constituye la verdadera santidad, a imitación de san Pablo: “Vivo yo, mas no soy yo el que vive: es Cristo quien vive en mí”. Jesús nos aseguró: “Yo estoy con ustedes todos los días”-. Se trata de imitarlo en su vida terrena, durante la cual, a los ojos de sus paisanos, no era más que el hijo de José, el carpintero de Nazaret, mientras en realidad era el Hijo de Dios.
Los consagrados laicos cultivan una especial devoción a María, madre de las vocaciones, maestra y modelo de la vida consagrada; devoción que es relación personal y filial, correspondida con su compañía maternal protectora y permanente.
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Hace 5 años
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