viernes, 30 de julio de 2010

Nuestra vocación: la santidad

Todos somos llamados a ser santos.

No hay nada de extraordinario en esta vocación.

Todos hemos sido creados a imagen

de Dios para amar y ser amados.



Jesús desea nuestra santidad

con un ardor inefable:

“Porque ésta es la voluntad de Dios:

que viváis como consagrados a Él.” (1 Tes 4,3)

Su divino corazón desborda de un deseo

insaciable de vernos progresar en la santidad.



Debemos renovar cada día nuestra decisión

de avanzar en el fervor como si se tratara

del primer día de nuestra conversión, diciendo:

“Ayúdame, Señor, Dios mío, en mis buenos

propósitos en tu servicio, y dame la gracia

de comenzar hoy mismo, porque lo que he hecho

hasta ahora no ha sido nada.”



No podemos renovarnos interiormente

si no tenemos la humildad de reconocer

aquello en nosotros que necesita ser renovado

Autor desconocido

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